Conocemos mucho acerca de la historia del pueblo de Dios –Israel-. Una nación que creció, que se estableció, que peleó, que vio portentos inimaginables, viendo manifestaciones sobre naturales de la gloria del Dios Todopoderoso (EL SHADDAI), “El poderoso de Jacob”. Un pueblo realmente privilegiado naciendo de los lomos de Abraham, Isaac y Jacob. ¿Quién de nosotros no hubiese querido ver tanta gloria? Leer cómo Dios envió diez plagas a Egipto. O que el mar rojo se abrió en dos grandes paredes de agua. O cuando los muros de Jericó caen frente a los ojos del pueblo. Sólo imaginemos cómo una nube les guiaba de día y una columna de fuego de noche.

Pero, lamentablemente, Israel no valoró tan grande privilegio.  Dios a través del profeta Isaías y confirmado por el apóstol Pablo, dice esto: “También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo; porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (Ro.9:27-28). Muchos vieron sus milagros y su gloria, pero lamentablemente no alcanzaron “la promesa”. De hecho, muchos quedaron postrados en el desierto al manifestar su desobediencia a sus mandamientos, rebeldía e inclinación a los pueblos paganos, adorando a dioses ajenos. En fin, sólo unos pocos llegaron a la tierra prometida.

Entendamos que Dios no es pertenencia de un pueblo en particular, sino todo lo contrario, es su pueblo que le pertenece a él. Pero por su desobediencia, Dios decide manifestarse a otro pueblo que no era pueblo, decide llamar hijos a los que no eran suyos, leamos: “…vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 P.2:10). Leamos también: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres (el remanente), que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Ro.11:1-5).

Hemos llegado a los tiempos finales y nos encontramos rodeados de un sistema religioso muy organizado. Iglesias para todo gusto, pero según la Palabra están embriagados, confiados y enriquecidos leamos: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap.3:17). Lo delicado de esto, es que usted y yo corremos el mismo peligro. Nunca olvidemos que la religión, no es una denominación, sino un espíritu que se apodera del hombre, engañándolo y creyendo ser salvo, no lo es.

Hermano, es tiempo de reflexionar y rogar a Dios ser humildes y reconocer nuestra condición delante del que todo lo sabe. No nos engañemos como lo hizo Israel: “No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este” (Jer.7:4). No dudamos de la presencia de Dios en medio de nosotros ni un ápice, pero eso no quiere decir que todos seamos parte del remante. Vemos constantemente la manifestación de Dios, sus milagros, sus sanaciones, su consuelo, su poder, su gloria y mucho más, tanto que nadie puede decir que no ha visto esto; pero ser testigo ocular de las manifestaciones de Dios no me hace parte del remante.  El remante no vive a la vista de un hombre. No cumple con una religión. No se mueve por conveniencia personal. No busca a Dios por miedo, sino por amor. Su compromiso no es con una congregación humana, sino con su Dios, leamos “Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio” (Sal.50:5).

Notemos una de tantas características del remanente: es sacrificado, negado, entregado, no escatimando nada por amor a Dios y a su pueblo. El ejemplo lo tenemos en nuestro maestro, que nos enseñó a vivir no para esta vida, sino para la eterna, leamos: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti.2:4). La pregunta es: ¿soy parte de una membrecía cristiana? o ¿pertenezco al remante? Usted y Dios saben si su integración a la iglesia es verdadera o religiosa.

Que Dios nos ayude y abra nuestro entendimiento, para que cada día nos esforcemos por llenar esa medida que el Señor quiere de su pueblo, de su remanente. Dios les Bendiga.