Leí en su momento un pensamiento anónimo, el cual decía: “Vivimos en un mundo en donde llevan a los niños a la guardería, a los padres a un asilo y luego se compran un perro para que les haga compañía…” ¿Paradójico no?

         Dios, a cada hombre nos ha dado dones para la diversidad de ministerios y operaciones. Sin embargo, en el desenvolvimiento de nuestro rol, tanto material como espiritual, nos encontramos con grandes retos y demandas. Si no somos llenos de Dios mediante su Espíritu y logramos un pleno equilibrio, quizás -y a pesar de estar dentro del camino- tendremos que sufrir más fracasos, no sólo nosotros sino todos aquellos que están en esos círculos de convivencia nuestra, los cuales podrían ser víctimas inocentes  y de quienes en su momento, tendremos que dar cuentas a Dios; y esta es, básicamente, la familia que él nos ha dado en administración –a ti hablo, varón y cabeza-.

 

¿Entonces, cuál es mi llamado dentro del rol familiar?

 

         Partiendo de que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces…” (Stg.1:17). Y que: “…irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro.11:29). Nos encontramos con que Dios nos ha hecho a los hombres, débiles criaturas con grandes limitantes, los cuales con algunas excepciones, han sido hombres con compromiso de esposa, hijos, empleados, puestos sociales, y en su fragilidad han sido víctimas de errores y sentimientos encontrados, así como de grandes victorias, las cuales han hecho historia en la carrera al encuentro con nuestro Dios. Y aunque todas nuestras obras ya estaban predeterminadas, quizá muchos fracasos podrían ser menos trágicos, si fuésemos más espirituales y diligentes en cuanto a la obediencia a nuestro buen Dios. Qué importante es, entonces, buscar la sabiduría y la inteligencia que viene de lo alto, y ser cumplidor de nuestras responsabilidades materiales y espirituales, principalmente en el buen sentido de la fidelidad con cada una de nuestras asignaciones y responsabilidades con todos aquellos que dependen de nosotros. Estos esperan ver en nosotros verdaderos líderes positivos, “dignos de ser imitados”. Y partiendo de esta frase ubiquémonos en que el papel fundamental de un lider es: “Ser ejemplo”. Y es que ser ejemplo es la prédica más elocuente que jamás habremos imaginado y esta es la recomendación de Pablo a Timoteo: “…sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación…” (1Ti.4:13).

         Si somos analíticos, pensemos que esta institución llamada hogar -que es el núcleo principal del universo de hombres- fue expresamente hecha por Dios mismo, ya que fue en el Edén, en donde se santificó el primer matrimonio: “…varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo fructificad y multiplicaos (el primer matrimonio)… Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gn.1:27-31). Si nos remontamos a la historia, en los días de los primeros patriarcas como Abraham, Isaac y Jacob, etc., el padre era el sacerdote de toda la familia; y este honor del sacerdocio pasaba al hijo mayor a la muerte del padre. Esta práctica continuó hasta que la ley de Moisés transfirió su derecho a la tribu de Leví. La ley que recibió Moisés de Dios, requería de los padres un genuino compromiso con Dios, porque tenían que entrenar a sus hijos en el conocimiento de Dios y sus leyes: “…ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Dt.4:9). Si actualizamos este sentimiento de Dios, él nos demanda que como responsables espirituales de nuestras familias, ocupemos nuestro lugar como verdaderos sacerdotes (puentes de transferencia para acercarnos al Dios vivo y verdadero). Y he aquí, hombres que formen y protejan a sus familias de las influencias del mundo, sabiendo marcar las pautas para una vida victoriosa en Cristo y no caigamos en el pecado del sacerdote Elí, quien fue juzgado por Dios a causa de su ineptitud como guía espiritual, ya que no fue capaz de estorbar el pecado de sus hijos (ver 1 Samuel 3). Ahora, si vamos al papel con la esposa, recordemos que Dios nos ubicó como cabeza: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo” (1Co.11:3). Si como varones menospreciamos nuestra posición, perderemos nuestros lugares, alteraremos el orden divino, el cual es perfecto. Si en obediencia somos capaces de mantener un hogar en orden, sujeción y disciplina, de aquí en adelante podremos ser mejores servidores: “…que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad…” (1Ti.3:4-5). Si, entonces, tenemos un buen hogar, seremos de buen testimonio y esto se verá allí, reflejado en el impacto social, ya que podremos ser verdaderos ejemplos y como dice el apóstol Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1Co.11:1). Recordemos también que el descuido se paga caro: “…me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé” (Cnt.1:6). Y: “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”… (Cnt.2:15).

         En conclusión: Mi papel como guía espiritual de mi familia, está presente en todos los eventos de mi vida.  Es y será siempre mi ejemplo -traducido en testimonio de vida- el que dará forma y figura a mis dependientes materiales y espirituales. Quiera Dios concedernos, entonces, una vida ejemplar, digna de ser imitada, para gloria, honra y alabanza a nuestro sabio Dios. Así sea. Amén y amén.