Estamos ya en los últimos tiempos. En donde los hombres están casi a punto de culminar su más grande proyecto de vida, cimentado por la mente y el espíritu de Satanás. Y mediante la perversa pretensión de ser igual o mejor que Dios, se preparan con toda su fuerza para pelear finalmente con el mismo creador, en “La batalla de Armagedón”. Esta se realizará en el valle de Meguido, a 90 kilómetros al norte de Jerusalén, cuando llegue el fin de los tiempos. En ella se enfrentará Dios, en un día, contra las naciones del mundo.

Y en ese momento, será la derrota total para el “engreído Homo-Sapiens”, leamos: “Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército” (Ap. 19:19). Pero mientras este fatídico final se acerca, Satanás ha puesto en el engañado y seducido corazón del ser humano, pensamientos y miserables actitudes de engreimiento. Esto ha minado los más caros valores eternos, incluyendo la religión, la moralidad, el respeto, etc., y con pretensiones de contaminar la misma «iglesia espiritual», fundada por Jesucristo y sus apóstoles.

La pervertida idea Satánica, sembrada en el corazón de Adán: “…y seréis como Dios…” (Gn. 3:5), no le permite al hombre a proyectarse para reconocer la gloria de Dios. Y entonces busca insaciablemente, dentro de sí mismo y de falsos profetas y doctrinas, las mejores explicaciones, aun a su propia existencia. Todo esto es dado mediante una estructura materialista y religiosa, leamos: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera, que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24).

Dios en su infinita misericordia y gracia, mediante su palabra y su Espíritu, llegó al final de los tiempos a instituir lo verdadero. Ya no dentro una filosofía, ideología, religión o mediante argumentos de la mal llamada ciencia, sino en la sencillez de un mensaje de fe y esperanza viva, revelado a los niños, a los ignorantes, a los marginados, etc. Esta es la sabiduría del eterno, quien nos enseñó mediante una actitud humilde, obediente y paciente, manifestada en Jesucristo, que esta sería para siempre la única forma de llegar a alcanzar la eternidad con Dios.

Respecto a esta actitud de vida, se expresa de la siguiente manera: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Y además, dijo Jesús: “En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Lc. 10:21). Es así, como por iniciativa del pastor de los pastores, Jesucristo y sus apóstoles inician la manifestación de «un nuevo pacto» con trasferencia y asistencia directa del Espíritu Santo.

Y es fundada la iglesia, ya no bajo la institucionalidad de un ente eclesiástico únicamente, sino como un verdadero cuerpo espiritual. En donde ya no es importante el templo como edificio, sino nosotros mismos habríamos de constituir, cada uno para la gloria de Dios, un templo para habitación del Espíritu Santo de Dios, leamos: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo…” (Hch. 17:24-25). ¡Aleluya, gloria a él!

Entonces, la iglesia primitiva fue una iglesia de humildes o «hechos humildes», quienes mediante la fe y la frescura del Espíritu Santo, sufrieron penalidades y desprecio. Fue una comunidad masacrada y vituperada, la cual culmina con el ejemplo de «Filadelfia» la iglesia fiel, quien aunque tiene poca fuerza, ha guardado la palabra y no negó jamás a Jesucristo. Pero luego, el tiempo, las circunstancias, las malas influencias, la cultura, el materialismo, la religión y Satanás mismo por el anti Cristo, han ido socavando los valores primeros y hemos avanzado “según nosotros”.

Pero lo cierto es que hemos retrocedido y nos hemos acomodado al sistema. Y sin darnos cuenta, dejamos las sendas antiguas. Y ahora la vanidad, el orgullo y la egolatría, son los principios predominantes en toda la comunidad religiosa, que vive sólo de una ilusión o de un pasado de glorias que dejó ya de ser. ¡Miserables de nosotros! Hemos mordido el anzuelo del: «ENGREIMIENTO SISTEMÁTICO» y la iglesia actual se ha convertido en mediocre, engreída y tibia.

¿Y qué es engreída? Hinchada, vanidosa, jactanciosa, ufana, orgullosa, creída, soberbia, pretenciosa, fantasiosa y petulante. Creo quedarme corto aún, ante esta pésima actitud malagradecida frente a un Dios «humilde por excelencia», leamos: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:15-17).

Iglesia, estas palabras parecen muy duras, pero son para una plena concientización de cuál es nuestra realidad, respecto al criterio divino. Y para que, arrepentidos, cambiemos nuestras actitudes y obras. Así como una vez habló Dios a su profeta Jeremías, siendo su siervo y mensajero, hoy nos habla como iglesia espiritual: “…Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jer. 15:19).

Que Dios nos ayude a entender estas cosas y a seguir luchando hasta el final de nuestra carrera. ¡Adelante hermanos! Hasta la eternidad con Jesucristo. Amén y Amén.