Estando en el tiempo del fin la maldad se acrecienta. Las congregaciones “cristianas” aumentan como la ciencia, en consecuencia la fe que agrada a Dios y vence al mundo se va escaseando y el amor se enfría. Es tiempo de reflexionar sobre el espíritu que se mueve en el mundo, en la congregación y en el hogar.

¿Estamos librando la batalla de la fe, viviendo y muriendo como Cristo? Si vivimos la palabra que escuchamos, nada ni nadie nos separará del amor de Cristo. Hay grupos “cristianos” donde se llaman hermanos sin conocerse y menos ayudarse. Si lo que se predica se vive, la iglesia se edifica y la congregación (aunque hay engaño en el mundo) crece, porque no somos nosotros, es Dios con nosotros. De donde nuestra conducta o testimonio será luz en las tinieblas. Porque aunque sean dos o tres, somos el cuerpo donde Cristo es la cabeza que nos mueve a amar, sirviendo a los que están en el mundo extraviados, buscando la verdad que da paz, libertad y esperanza de la vida eterna. Imitemos al que dejó su gloria para venir con amor a su pueblo que se extravió -incluyendo a los gentiles-, para nacer de nuevo y servir a los perdidos y afligidos en este mundo que engaña y se destruye.

Gracias Señor por acudir a nuestro ruego estando en el mundo extraviados, afligidos, sin Dios, sin fe ni esperanza, pero oímos y creímos al que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc.4:18-19).

Esta obra de Dios, Satanás la desvía con el mundo y sus glorias vanas, ofreciendo los deseos de la carne y los ojos, pero como iglesia sabemos que el mundo pasa y sus deseos, pero los que hacemos la voluntad de Dios permanecemos para siempre. Pablo a la iglesia verdadera dice: “…con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la  unidad del Espíritu en el vínculo de la paz….” (Ef.4:2-3). Jesucristo dice: “…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt.11:29). Cristo en su amor al mundo, unió a su pueblo y a los gentiles, y dice: “…vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo, (…) y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo (iglesia), matando en ella las enemistades” (Ef.2:13 y 16). La unidad se da con fe y el conocimiento del hijo de Dios. Para esto tenemos la palabra, que al obedecerla se vive y se escudriña cada día. En consecuencia, si en nuestras asambleas hay “…celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. (Stg.3:14-16). El Señor dice: Seguid la paz con todos,  sin la cual nadie verá al Señor. También nos dice: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn.17:20-21).

Gracias Señor por tu palabra que alumbra y sustenta,  para llevar al mundo que está bajo el maligno, la verdad que da libertad y nos mueve a la unidad. Gracias por la unidad de Israel y con nosotros los gentiles.

Nunca olvidemos que como cuerpo, tenemos por cabeza a Cristo y por ello hemos de llevar las buenas nuevas de salvación a los perdidos. Y como Cristo nos amó, amémonos y soportémonos, para vivir con Espíritu la palabra. Salgamos del campamento para mostrar el amor de Dios y el amor al prójimo que serán por gracia, herederos de Dios y coherederos de Cristo, si padecemos como él padeció.

Señor gracias por Jesucristo tu hijo, quien nos enseñó a amar y servir, muriendo y ayudando a los necesitados de la palabra. Y el testimonio que se da si somos ungidos para cambiar al angustiado con el manto de alegría. Siendo árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria del Padre que nos llamó y nos cambió, dejando al mundo por su reino de paz y justicia. Amén.