Recuerdo que hace muchos años «37 años atrás»,  un líder de la iglesia a la cual pertenecíamos, lleno de ira y tratando de reconvenirnos con respecto a la manifestación de los dones del Espíritu Santo dentro de la iglesia, me dijo: “los dones del Espíritu Santo fueron necesarios en aquella época, para confirmar la presencia de Dios entre los hombres, pero hoy ya no es necesario”.

Recuerdo que esto lo dijo en presencia de todo el consistorio –ancianos, diáconos, el pastor de la iglesia y 2 maestros de teología que llevaron- y todos ellos confirmaron tal afirmación, e insistían que “bastaba con creer en Jesucristo de todo corazón y para qué meterse a hondas doctrinales, difíciles de comprender”.  Recuerdo que nuestra respuesta fue la siguiente: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore.  Así que, hermanos, «procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden» (1Co.14:37-40).

Citamos este pasaje para fortalecer nuestra posición en ese momento y para sostener la manifestación permanente que deben de tener los dones del Espíritu Santo dentro de la iglesia actual.  Esta afirmación la seguimos sosteniendo y Dios confirmándola entre nosotros. Pero quisiéramos que cada hermano, miembro activo y comprometido con Jesucristo, anhele fervientemente la manifestación del Espíritu de Dios en su vida. Esto le garantiza, no sólo la permanencia dentro del camino de Dios, sino también la garantía de ser sellado por él para convertirse potencialmente, en un predestinado y coheredero de la vida eterna y los bienes venideros prometidos por nuestro Salvador Jesucristo. Ahora, debemos comprender que los dones del Espíritu Santo no se limitan al don de lenguas y al de profecía o interpretación de lenguas. Los dones espirituales son muchos más, tales como: don de ciencia, discernimiento de espíritus, don de sanidad, don de fe, don de presidir, don de hacer milagros, palabra de sabiduría, etc. Leamos: “(…) Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho (…) Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1Co.12:4-11) Observe dos cosas importantes en estos versículos, que son: 1) La participación activa y directa del Espíritu de Dios en la dotación de sus dones como él quiere y a quien quiere. Esto, para beneficio de toda la iglesia de manera general y particular, es por eso que dice que los da para «provecho».  Dios en su soberanía y sabiduría edifica y sostiene su obra en el mundo. 2) La individualidad de la asignación del don.  A Dios no le interesan las masas, naturalmente que le preocupan, pero en cuanto a la dotación de los dones, Dios ve al individuo. Dios hace énfasis en los dos versículos diciendo “a cada uno”, Dios no reparte como piñata a ver a quién le cae el don. Para él es importantísimo la individualidad del vaso en el cual va a derramar sus maravillosos dones, pues es prácticamente repetir «la unión hipostática» –como se le dice a la presencia de la plenitud de Dios en Jesús-, en cada uno de aquellos en quienes el Espíritu Santo de Dios se manifestará para edificación, consolación y exhortación de todos los que sean ministrados en el ejercicio de los dones. Ante estas dos afirmaciones, concluimos que los dones NO los dan los hombres por muy ungidos que sean, pues es derecho exclusivo del Dios altísimo otorgarlos. El Señor Jesucristo les decía a sus discípulos: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”  (Mt. 7:11). Mis amados hermanos en la fe, clamemos con todo nuestro corazón ser llenos de la manifestación del Espíritu Santo, para que seamos de provecho no sólo a la iglesia donde Dios nos tiene, sino también a todos los que nos rodean.

Para aquel anciano, que se burlaba de la manifestación del Espíritu Santo «hace tantos años atrás, no era necesaria la manifestación del Espíritu Santo», no cabe duda que era un ignorante de la realidad espiritual de la iglesia sobre el mundo. ¡¡Claro que necesitamos ser llenos de la presencia de Dios, pues seguro que separados de él, nada podemos hacer!!

Unámonos en esta oración al decir: “Vuelve una vez más Señor a derramarte sobre cada uno de nosotros, como lo hiciste en el día de Pentecostés. Ven y llena cada rincón de mi vida para poder ser útil en tu obra.  Clamamos a ti, el único Dios verdadero y escucha nuestra petición. Ven, encuéntranos y reparte sobre cada uno de los miembros de nuestra iglesia tus dones. Que el fuego de tu Espíritu consuma el pecado, la malicia, el rencor, la envidia, el odio y la soberbia. Vuélvenos como un niño, te lo suplicamos. En el nombre de nuestro buen Salvador Jesucristo”.  Amén y Amén.