El amor de Dios es tan profundo y clemente, que a pesar de ser él, el agredido por nuestros pecados, y no ser nosotros capaces de valorar todas las bondades que él ha manifestado para con los hombres, se humilla a pedirnos, como que, si lo dijera pidiendo un favor, que nos acerquemos a él para estar a cuentas, y así no ser víctimas de nuestras rebeliones y de nuestros pecados, conscientes o inconscientes. Leamos: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta…” (Is. 1:18).

Observe que dice: “luego”. Esto significa: rápido, no te demores, antes que sea muy tarde, con presteza, etc. Así lo ve Dios, como un asunto de mucha importancia, algo urgente que amerita toda nuestra atención. Es una voz de alarma y advertencia para la humanidad y para cada individuo. El tiempo avanza inexorablemente y nos acercamos al día más próximo del cumplimiento profético: «el rapto de la iglesia». Estamos a punto de perder la última oportunidad que tiene cada ser humano de alcanzar la preciada libertad de la condenación, que es: «la salvación en Cristo Jesús».

Este llamado no es sólo a los impíos que no conocen a Dios, es también a aquellos que, hipnotizados por la música y estrategias cautivadoras de falsos predicadores, creen ser salvos, pero están viviendo una vida cristiana entre comillas, muy lejos de la verdad. Inclusive hay algunos que, cautivados por la religiosidad habitual, no toman en serio las advertencias que el Espíritu Santo de Dios anuncia continuamente, por medio de las prédicas en nuestra iglesia, o en aquellas en donde se mueve su presencia. Tratando de crear conciencia de la importancia que tiene la santificación de nuestras vidas.

Sí, la voz de Dios se oye: “Venid luego, y estemos a cuentas”. No caigas en pecado, no esperes que tus pecados sean descubiertos. Es mejor reconocerlos voluntariamente y humillarnos para alcanzar el oportuno socorro de Dios. La promesa gloriosa de Dios es: “…si vuestros pecados fueren como la grana (escarlata o púrpura), como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (V. 18). Esta es la promesa del Señor, para todo hombre que se arrepiente.

La capacidad purificadora de la sangre de Cristo Jesús es perfecta, eliminando por completo la contaminación invasiva del pecado en nuestra alma. Recordemos las palabras de Juan el Bautista, refiriéndose a la obra salvadora de Jesús: “…He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Mi amado hermano, su limpieza es perfecta, no hay la menor duda de esto.

También el profeta Ezequiel escribe: “Los lavaré con agua pura, los limpiaré de todas sus impurezas, los purificaré del contacto con sus ídolos; pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil. Pondré en ustedes mi Espíritu, y haré que cumplan mis leyes y decretos…” (Ez. 36:25-27 DHH). ¿Qué más podíamos necesitar para ser fieles a Dios?

Este pasaje nos revela la obra completa que Dios hace en el corazón del convertido; no hay excusa, él provee todo lo necesario. Pero, ¿qué hace falta para que ese maravilloso milagro se opere en mi corazón? En el mismo pasaje que leímos al principio, está la explicación, leamos: “Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho” (Is. 1:19).

Bueno, mi querido hermano y amigo lector, Dios hace su parte para luego dar lugar a la nuestra. Dios no puede forzarte ni obligarte, es tu parte. Si tú quisieres y oyereis”, recibirás las bendiciones prometidas, leamos: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, Y le mostrare mi salvación” (Sal. 91:14-15). Es innegable la misericordia de Dios para con nosotros los hombres.

Me parece que en el corazón de Dios hay una ansiedad enorme por bendecir a sus hijos, sus manos están llenas y su corazón dispuesto para derramarlas. Pero ¿qué esperas? El tiempo apremia. Y recuerda también la lamentable contrapartida: si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos por la espada del juicio”. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que “Dios es amor”, pero también dice que él “es fuego consumidor”. ¿Qué lado de Dios quieres conocer? De nosotros depende.

Acerquémonos a Dios con temor y reverencia si queremos ser objeto de su amor. De lo contrario, que no te extrañen las consecuencias que tendrás que pagar y vivir, porque la boca de Jehová lo dijo y él no miente. La sentencia está dada y ya no depende de Dios, sino de cada uno de nosotros. Su palabra es clara y precisa, como una espada aguda de dos filos, que discierne lo más profundo de nuestro corazón. Leamos: “…El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He. 10:30-31).

Corramos y estemos a cuentas con nuestro Dios. No importa la gravedad de tus pecados, él sabe qué hacer con ellos, el tiempo se termina. Dios te está esperando. Que Dios te bendiga. Amén.