Ya han transcurrido más de dos mil años desde la primera venida de Jesucristo a este mundo. Durante su peregrinaje en la tierra de Israel, les comunicó a sus habitantes y extranjeros residentes que tuvieron la dicha de oírle y verle, el evangelio del Reino de Dios. Que no era más que la puerta de la oportunidad de la salvación mediante la fe en  el sacrificio redentor de Jesús, el cordero perfecto de Dios que venía a cumplir en sí mismo, la sentencia de condenación que pesaba sobre todo hombre, leamos: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá”  (Ez. 18:4). Y añade la santa Palabra de Dios: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co.5:21). Sí, él llevó todo el peso del juicio de Dios por el pecado universal e individual del hombre. La sangre de Cristo derramada en el Monte del Calvario, se levanta como el principio vital que facilita o permite la expiación del pecado del hombre.  No hay otra alternativa. No existe otra posibilidad de alcanzar el perdón de los pecados, sólo es posible mediante el sacrificio de Cristo. Eso lo confirma el mismo Señor y Salvador Jesucristo cuando dice: “…porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt.26:28).

El Señor Jesús vino a liberar al hombre de la pesada carga del pecado. Pero no sólo eso, sino también como un efecto maravilloso de semejante obra redentora creada mediante la fe en Cristo Jesús, una nueva criatura hecha conforme a la imagen del postrer Adán que era Jesucristo. Y esto para crear las condiciones adecuadas para morar eternamente con Dios, en una nueva creación preparada y planificada por el mismo Dios, esa ciudad de la que habla el libro de Hebreos cuando dice: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.  Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (He.11:8-10). Sí, mis amados hermanos en Cristo, todo lo que el Señor Jesús hizo es para mostrarnos el camino a la eternidad con nuestro Padre y creador Dios. Por eso el Señor Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn.14:6).

La gran pregunta que salta a la mente de todo creyente fiel es: «Y ¿cuándo será este acontecimiento?» Los mismos discípulos del Señor le hicieron a él directamente la pregunta, ya que suena la promesa hecha por el Señor Jesús, tan impresionante y extraordinaria. Un mundo diferente donde habitaremos en paz, comunión, libertad, no habrá llanto ni dolor, no habrá miseria ni hambre, no habrá violencia ni muerte, no habrá incredulidad. Nadie le dirá a otro, conoce a Dios, porque todo estará lleno del conocimiento de Dios.  Será una creación totalmente diferente a la que conocemos y palpamos, no habrá necesidad del sol ni del mar. Bueno, suena maravilloso y esta es la esperanza bendita que todos, aun la misma creación gime esperando esto.  Lo tremendo es que muchos creyentes, entre comillas, viven en este sistema como que éste fuera la tierra prometida y se aferran y echan raíces en este mundo con su sistema satánico. Están tan cegados por las embriagueces  y afanes que andan como ciegos, y aunque conocen las advertencias proféticas que nuestro Salvador Jesús les dijo a sus discípulos en relación a las señales del fin, ellos ni enterados, por eso dice el apóstol Pablo: “La noche está avanzada, y se acerca el día.  Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Ro.13:12-14) Sí, pueblo de Dios y los que todavía no conocen a Cristo, la noche está avanzada y se acerca el día glorioso de la manifestación del Señor Jesucristo.  Estamos viviendo las señales que el Señor Jesús profetizó y cómo le ruego al Señor que no durmamos, sino que despertemos (los que estén dormidos) para que se levanten de entre los muertos porque nuestra redención está a las puertas. Y los que estemos despiertos, erguíos porque nuestra salvación está cerca y llenemos nuestras lámparas del aceite divino que es el Espíritu Santo de Dios. Para que todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo sea preservado para ese grande y glorioso día. Jesucristo viene a raptar a su iglesia y ¿tú estás preparado? No te enfríes, busca el fuego del Espíritu Santo de Dios para pelear ardientemente por la fe. Defiende con fervor las convicciones y los mandamientos de Dios con tu propia vida.

Hay en los cielos una enorme expectativa de recibir a los santos de Dios ¿serás tú uno de ellos? al cual nuestro Padre le dirá: «bien, buen siervo fiel, en lo poco fuiste fiel, en lo mucho te pondré» ¡Ánimo pueblo de Dios, vale la pena vivir en Cristo Jesús! Dios les bendiga.