Bueno… no hay lugar ni posición más anhelada, que luego del cumplimiento de una meta o proyecto, nos “echemos” cómoda y placenteramente a admirar nuestra propia obra. Y estando en esa postura, ver la vida detrás del cristal de una complacencia y falsa seguridad, que pronto se verán marcados en una desilusión, al ver que todo evoluciona, que ninguna meta humana es la verdadera gloria, ya que todo degenera tarde o temprano y muere.

         Esta posición de “confort” a todo nivel, es uno de los peligros más grandes del ser humano. Ya que en esa plenitud de razonamiento no hay más esfuerzo y nos vuelve inútiles en el buen funcionamiento como parte de un sistema vivo, como lo es la creación de nuestro sabio Dios, quien a todo le puso un espíritu de crecimiento, evolución, recambio, renovación; haciendo de lo suyo un proceso dinámico y con multitud de metas y propósitos.

         Aprendamos de la naturaleza: Estando en un parque con grandes y frondosos árboles, sentado, leyendo mi lectura predilecta la Palabra de Dios, en una mañana soleada y hermosa; de pronto, el espectáculo que Dios me mostró y es que, luego de una gran “gritería” en la parte más alta de un encino, un ave madre “echaba” enérgicamente de su nido a un pequeño y desplumado pichón. De inmediato, éste se precipita al piso violentamente. ¡Ay! Una madre desnaturalizada o bueno… Esta baja de inmediato a recoger a su hijo y lo sube al nido, dejándolo caer repetitivamente al suelo, hasta que sucedió el milagro maravilloso: aquel pichón, alzó el vuelo victorioso que habría de marcar una nueva etapa en su vida.

         Hablemos espiritualmente. Dios, siempre que ve nuestra vida en él, ya reinando: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros” (1 Co.4:8). Y acomodados, en una inconsecuente vida de ocio y nociva religiosidad, en donde el ritual y la sociabilidad nos hacen ya no buscar las metas de eternidad conforme al plan de Dios, sino sólo acallar momentáneamente nuestra conciencia, mientras pasa la culpa. Dios, entonces, mediante alguna prueba o circunstancia, tal vez adversa, nos hará salir de esa área de confort que no nos permitirá crecer ni evolucionar en esa figura bíblica: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento, hasta que el día es perfecto” (Pr.4:18).

         Al final de los tiempos, en el Apocalipsis, el Espíritu nos da una profecía elocuente en cuanto al acomodamiento religioso: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap.2:4). “Porque tú dices: Yo soy rico, y me enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad (acomodado y suficiencia); (…) te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para seas rico, y vestiduras blancas…” (Ap.3:17-18).

         Si discurrimos a través de la historia de los hijos de Dios, él siempre se refiere a nómadas, peregrinos y advenedizos. Desde Abraham, padre de la fe, que vivió en tiendas por las rocosas montañas, incluyendo las penalidades sufridas por los profetas mayores y menores, hasta nuestro Señor Jesucristo, quien “no tuvo dónde recostar su cabeza”.    Así también, la dispersión judía por todo el mundo, viviendo como errantes sin nación.

         Todos tememos a los cambios, pero todo esto tiene una sabiduría y es que necesitamos siempre mantenernos en un “estado de necesidad”. Para lo cual, se hacen necesarios algunos cambios, que han de provocar una incomodidad, la cual nos llevará a la búsqueda genuina del rostro de nuestro Dios, mediante la súplica y el clamor legítimo que provocan los estados de angustia y dolor.

         Amado hermano, en dónde te has acomodado, que ya no te veo en las batallas: evangelismos, visitas, oraciones, viajes misioneros, ayunos, comuniones, estudios, usando tus dones, en la búsqueda de las almas. O cual Elías, luego de muchas victorias, ahora te has encerrado en tu propia cueva y allí te dejarás morir de sed y hambre por miedo a Jezabel. O porque es mejor disfrutar del fruto de tu trabajo y los logros hasta hoy obtenidos.

         ¡Momento! Si estás desanimado, acomodado en tu fracaso, ya sin fuerza, casi dándote por vencido, Dios mismo, como se acercó a la cueva de Elías, luego de fortalecerlo con agua y pan abundante, vendrá a ti con palabra y Espíritu a botarte del cómodo nido para que vueles en el Espíritu de trabajo, en el privilegio de llevar las buenas nuevas a los hombres (Ver 1 Reyes 19:1-18).

         Salgamos del acomodamiento religioso e imitemos a nuestro Señor que afirmó: “Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn.5:17). Recordando que todo aquello que cae en desuso, termina en una atrofia crónica y aún la muerte. No mueras espiritualmente, ¡aún estás vivo! Es tiempo de volver a reconsiderar en dónde perdimos el rumbo. Humillémonos y vengamos a la mies, porque faltan obreros fieles para la labor que aún nos queda por delante. Así sea. Amén y Amén.